No estoy en mi cabaña, ni me encuentro sobre la tierra, pero cosecho hojas secas que entre las veredas del otoño, caminan al compás de la milicia de batallones de hormigas rojas que cargan granos rumbo a su cueva. Hoy, el cielo azul, amarillo y de verde sin un pliegue, ruega nostálgicamente que me olvide del nacer de un día y del morir del mismo, porque sin noches no hay días y al revés también funciona. Sería el perfecto estado de limbo cariñoso que fricciona la luz sobre los árboles batidos por murmullos de colinas y de valles. Saco entonces mi flautín dorado y herrado por los años y mis dedos cabalgan por sus hoyuelos, y mis labios acomodan la embocadura sobre el viento que llena mis arcas de hojas, amarillas como el horizonte, y se posan sobre el pito que empieza a nadar por mi saliva, y salen una tras otra las notas de la amarga melodía que sacude el viento y vuelve negro el día; y aunque ver morir el día es cosa de toda la vida, la sensación que me deja en el aire su partida cambia mis hojas por brisa, ánimo sereno, reflejo partido, con estela verde no por azul y amarillo.
Después de la flauta, y de la cabalgata de mis dedos, me unto un poco de barro en la cara y me recuesto sobre las nubes ahora moradas y miro a mi alrededor, y aunque hoy no quiera saludar siempre debo hacerlo, luego miro abajo y cuento cada caja con luces que rueda sobre el pavimento y me pregunto si podré contarlas, son infinitas, infinitas cajitas y aún más lo que llevan dentro.
Vida, Ilusión, Amarillo y poco azul es mi color
Ahora, entre lila y aire oscuro
Y Sin montañas de fondo,
Mi valle Cabecea y mi ganado cae plácido,
Al escuchar batirse a los murciélagos
Que voltean su cabeza, y oxigenan sus párpados.
Labriegos, de calle suelta, de amor incierto, vuelan los murciélagos.
También amo las lechuzas, me encanta escuchar su vuelo blanco y su estela celeste mientras reposo entre mi mar montañoso de azul lejano, de aire diáfano, de abrigador frío, mis rizos enmarañados sonríen con el soplo que los páramos guardan para conmigo, formar ríos caudalosos, con andar feroz que despierta los sembrados, que forma los valles y que las montañas ven de lejos, sin luz, sin risa, y me recuesto en su verde blanco, y me arropo con sus harapos de seda vencida, de cartas molidas, de caracoles estirados, y me concentro en el cantar de las lechuzas, y mis jardines se riegan y me canso…
Muerte, mentira, Negro y muy rojo no es mi tono
Largas las semillas, corto el tallo
Mi valle cabecea, aturdido por la vida
Los murciélagos en su guarida, cantan a ronquidos
Voltean su cabeza, ahogan sus inútiles párpados
Cansados, encerrados, seguros, duermen los murciélagos
Madrigueras humedecidas por mi hora
Rota, rota, rota y gira un nuevo día
Odio las despedidas mucho más que los saludos, las luces de las cajas ya no están, y el limbo nada que aparece, sin despertar quisiera estar cada día, sin murciélagos y lechuzas nunca puede haber para mi clima, la mañana bochornosa de azul pintada de naranja y mandarina, sacude los campos y mis brazos se estiran por detrás de las montañas - donde las lechuzas y los murciélagos cantan -. Nuevamente ha pasado tiempo y mi amada me manda besos, no se si me saluda, no se si se marcha, miro su brillo de plata, sus extrañas ojeras pálidas, sus lentes, sus lunares, su sonrisa devorada, se marcha y en la lejanía murmura cantos con frecuencias inexploradas.
Mi nombre, no lo digo, mi canto no lo canto, camino sin camino y solo en un rato me encuentro en el limbo, entonces cosecho hojas y bebo toda su agua, entonces el viento sopla y de ellas lleno mis arcas, entonces toco la flauta y de nuevo mi vida acaba, y feliz me voy corriendo a ver si encuentro a mi amada, pero si no es ella que huye, es su brillo que me tapa, es el cansancio que cierra mis ojos y son las lechuzas las que cantan y mientras los labriegos caminan con su amor incierto, en los páramos creo nueva agua, y me quedo sin monedas, sueño con contar cajas, más tarde estiraré los brazos y lo mismo de siempre gritará “es de mañana”. Odio despertarme y encontrar a los murciélagos cantando a ronquidos y odio ver a mi amada de nuevo alejarse con su sonrisa devorada mientras canta los cantos, mientras espero a tocar la flauta.
Hoy, el cielo azul, amarillo y de verde sin un pliegue, ruega nostálgicamente que me olvide del nacer de un día y del morir del mismo, porque sin noches no hay días y al revés también funciona.
HÉCTOR FABIÁN GÓMEZ
para mis parceros!! :)