jueves, 16 de septiembre de 2010

..:: No Tengo Ruido ;;,,


Y una vez más supe que el silencio es el peor ruido del mundo. Fue ayer, el ayer de caminos grises y musgo húmedo tan alto que me roza las rodillas. Caminaba envuelto en mis mantos negros, disfrazados de color con notas musicales que andan siempre por delante de mí, en forma de eses melódicas que escucha mi oído interno. Es curioso notar carros, andenes, personas y hasta perros; robar dos o tres sonrisas y sentir el inerte ruido que se desdibuja al acercarse al pabellón y entra desordenado y hueco a retumbar el tímpano. Caminar con los ojos abiertos no siempre garantiza visión; garantiza como mucho, no chocar contra un árbol, un poste o enredarse en los húmedos musgos que pasan las rodillas, porque de que los hay, los hay.

Pero el asunto no es ver, ni olfatear, ni saborear. Tiene más que ver con tocar. ¿No es el sonido una expresión más de nuestro sentido del tacto? Es cuando las ondas sonoras tocan nuestros huesos auditivos que vibran y escuchamos. Tal vez es eso lo que me pasa: No tengo tacto. Perdí mi taco. No tengo tacto.

Y ahora que lo pienso… Creo que nunca lo he tenido.

No soy sutil: Me da lo mismo la seda en un mantel que el croché en un uniforme de fútbol. No soy hostil tampoco: Me embeleso con las crines equinas y los saltos de las liebres que se escapan del país de las maravillas y te llegan por los olores de alguno de los que se sienta en la esquina, de su humo que, cual dragones enfermos, tiran hacia arriba. Me creo bárbaro y soy bárbaro. Sólo alguien bárbaro puede creerse bárbaro en la expresión más argentina. No tengo tacto, he dicho.

Pero es curioso que sin tacto pueda escuchar mis melodías.

El silencio es el peor ruido del mundo, lo sé porque el ruido se desdibuja, al menos se desdibuja. El silencio es un dibujo taciturno que ni siquiera es un dibujo, ni siquiera se desdibuja. Me hace morder la lengua de manera involuntaria. Me hace insoportables mis propias melodías. Nada peor que los quince minutos entre mi casa y la homilía, el camino gris que parece múltiple, con el musgo que sobrepasa mis rodillas y de vez en cuando, empinado hasta los codos me moja, me ensucia. Mil miradas ven manchadas mis coloridas ropas. Yo ya las veía negras. No tengo tacto. Tal vez no tengo olfato, que por lógica misma del oído, es otra expresión del tacto… Y ahora que lo pienso… Creo que nunca lo he tenido.

El musgo creció más hoy. Menos mal no tengo tacto, si no al caminar por ahí, me molestaría. Menos mal no tengo tacto. Pero cómo desearía oír aunque sea un ruido dibujado.